¡Bienvenidos!

Si alguien, pinchando en la web o porque ha sido invitado a ello, llegara aquí a este blog con lo primero que se topa es con este rótulo que sirve de título al mismo: CUBAOP.

Si no lo entiende serían legítimas las preguntas que se sucederían una tras otra y que pudieran ser como estas: ¿CUBAOP? ¿Qué eso? ¿Algo nuevo? ¿Qué me quieren decir con estas letras los que escriben aquí? CUBAOP es el espacio en que queremos compartir lo que significa para nosotros la OP, Orden de Predicadores, en CUBA.

Desde Cuba porque una Orden que está en muchas partes del mundo se manifiesta de manera concreta en los límites de un país, estado o región concreto del mundo. Y es desde Cuba que como dominicos nos integramos en la gran familia dominicana a lo largo y ancho del mundo.

En esta aventura no vamos solos. En la gran familia hay jóvenes y adultos, mujeres y varones, laicos y religiosos. Esta gran familia cuenta en Cuba con la presencia de frailes, monjas, religiosas de varias congregaciones y con seglares. Todos nos sentimos continuadores de Domingo de Guzmán en el gran reto que es comunicar a todos y todas el Evangelio de Jesús de Nazaret haciendo uso de un lenguaje actualizado y desde nuestra experiencia de vida como cubanos y cubanas.

Esto es lo que quiere ser CUBAOP. Contamos contigo, que lees y comentas, que te cuestionas e interrogas a otros para hallar a Dios, para seguir adelante en esta aventura que comenzamos a construir.
Fr. Andrés, O.P.

Porque somos en Blanco y negro.

Encuentro con el pasado

Un día O.P.

domingo, 17 de agosto de 2008

“Dios te salve María, llena de eres de gracia”



¡Oh, María!
...Haz que quienes creen en tu Hijo/
sepan anunciar con firmeza
y amor a los hombres de nuestro tiempo/
el Evangelio de la vida...

JUAN PABLO II





Canta nuestro tricentenario
Monasterio de Santa Catalina de Siena.

por Hilario ROSETE SILVA
fotos: Orlando MÁRQUEZ

“Es una dicha celebrar la Eucaristía junto a estas religiosas (dominicas contem-plativas)”, comenzó su homilía monseñor Enrique Serpa, obispo de la Diócesis de Pinar del Río, en la fiesta patronal del habanero Monasterio de Santa Catalina de Siena, del Nuevo Vedado.

El día de la santa y humilde virgen dominica, doctora de la Iglesia, coincidió este año 2007 con el cuarto Domingo de Pascua, y la misa solemne, transferida para el último lunes de abril, fue concelebrada, en el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, anexo al monasterio, por una decena de sacerdotes –¿imagen del Rosario mariano?–, la mayoría de la Orden de Predicadores.

“El pueblo jubiloso/ camina hacia tu altar/ seguro va en su paso/ aprisa por llegar...”, cantó en la entrada y reflejó el ambiente de la celebración, el coro del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, compuesto por 12 alumnos de diferentes años. Los textos –acerca de la supremacía absoluta de Cristo en el ministerio apostólico de San Pablo (Col 1, 24-29); la misericordia del Señor con sus fieles y su indulgencia hacia la debilidad humana [Sal 103 (102)]; y las oraciones de Jesús por sí mismo (oración sacerdotal) y por sus discípulos (Jn 17, 1-11)–, dieron pie a monseñor Serpa para exaltar dos de los dones con los que el Señor premió a su sierva Santa Catalina: saber vivir el momento histórico concreto, e, insertada en él, dar testimonio de la presencia de Dios en su vida.

HACERSE COMO NIÑOS
Mitad en serio, mitad en broma, remando contra los nervios, un tiempo antes de la dicha fiesta, había comenzado la entrevista con la Priora sor Ofelia de San José (Puebla, 1968), mexicana de origen, y la cubana sor Mercedes Yolanda del Niño Jesús Perdido y Hallado en el Templo entre los Doctores de la Ley (Placetas, 1936), dos de las seis monjas dominicas del monasterio que, en efecto, desde la calle 41 del Nuevo Vedado, hace su aporte a la Santa Predicación de un modo peculiar: desde el seno del silencio profundo.

Sor Mercedes Yolanda, durante la ceremonia de la toma del hábito, 6 de abril de 1958. El día jueves de este primer encuentro, asistieron muchas personas a la ceremonia matutina ofrecida igual en el Santuario adjunto al monasterio, pero como en general entre semana suelen ir pocos fieles, el sacerdote celebrante, del Convento de San Juan de Letrán, les permitió a las monjas salir del coro bajo, su habitual sitio de oración a la derecha del altar, y participar de la misa sentadas afuera, en la nave del templo, aisladas del resto del pueblo de Dios por mínimas barandillas metálicas.

En el banco inmediato, para mojarme de su don, me senté y así grabé sus voces e intenciones durante las lecturas y cantos del servicio y mientras rezaban, terminada la misa, la hora tercia del oficio divino. Luego del breve e intenso acercamiento inicial, aún conmovido por el hallazgo de cantos de entrada, ofrendas y acción de gracias poco escuchados en otras comunidades –Peregrinar, Recibe, oh Dios, Yo le resucitaré–, nos ubicamos en la sala de visitas del monasterio, asomados ahora, las religiosas de un lado, yo del otro, al hueco de una ventana que normalmente permanece enrejada.

La plática, llena de giros y rasgos fonéticos típicos del español hablado por cada una de las dos interlocutoras, se alargó hasta la sexta, y de vuelta a la iglesia de nuevo compartí el rezo con las Madres. De la misa a la tercia, a la entrevista y a la sexta: ¡toda una mañana! “Estamos seguros de haber pasado de la muerte a la vida”, diría San Juan en la segunda lectura de aquel jueves (1Jn 3: 14-16), “pues amamos al prójimo”, y las dominicas probaron que también ellas conocían el amor. Desde que aparecí en sus predios corrieron a servirme, maternalmente solícitas, con asombro y humildad infantiles:

“Les aseguro que si ustedes no cambian y se hacen como niños”, ya nos dijo Jesús, “no entrarán en el Reino de los Cielos”.

CALLADA PRECEDENCIA
Según los Orígenes de la Orden de Predicadores, valioso testimonio del beato Jordán de Sajonia, primer biógrafo y sucesor de Santo Domingo de Guzmán en el timón dominico, las hermanas nacieron en el año 1206, cuando el obispo Diego de Osma instituyó y dejó al cuidado de Domingo un monasterio que acogió a varias de las mujeres cátaras que, toda vez convertidas a la fe católica, se consagraron a la contemplación del misterio de Dios.

La secta cátara (dualista) defendía la vida espiritual y ascética, y rechazaba los sacramentos y la autoridad papal. Si bien algunas adeptas lo eran por convicción, la mayoría terminaba siéndolo a causa de los padres que, presionados por las penurias económicas, entregaban sus hijas a los herejes para que las educaran y se ocuparan de su sustento.

El Monasterio de Santa María de Prulla, así se llamó el convento que dio amparo a dichas consagradas, sigue estando bajo la protección de la Virgen, al pie de la ciudad de Fanjeaux, en tierras actuales de Aude, uno de los cinco departamentos de la región contemporánea de Languedoc-Roussillon, al sur de Francia. “Hasta el día de hoy” escribió en sus Orígenes el beato sajón, “las siervas de Cristo ofrecen allí un culto agradable a su Creador, con una santidad vigorosa, y preclara pureza de inocencia. Llevan una vida provechosa para sí, ejemplar para los hombres, motivo de júbilo para los ángeles y grata a Dios”. Ocho siglos después, la apreciación no ha perdido vigencia.

Al presente nadie podría afirmar que al arrancar a aquellas jóvenes de la enseñanza cátara y asociarlas, por oración y penitencia, a su Santa Predicación, la idea de la futura hermandad ya hubiese madurado en la cabeza de Domingo de Guzmán. Ni siquiera Jordán de Sajonia entró en las motivaciones psicológicas del Padre fundador. Pero lo cierto es que el plantío de Fanjeaux tendrá derivaciones inesperadas: se integrará en un proyecto orgánico de vida santa para hombres y mujeres, y por siempre jamás la fronda femenina del Languedoc precederá, en las cronologías, a los Hermanos (varones) Predicadores.

Antiguo Convento de Santa Catalina, La Habana.













Para su sustento las dominicas realizan labores
para el altar, hábitos y otras costuras.



El pasado 29 de abril de 2006, memoria de Santa Catalina de Siena, el maestro general Fray Carlos Azpiroz OP envió, desde el retiro de Santa María de Prulla, una carta a toda la Orden. La misiva anunció la celebración de un año jubilar entre el I Domingo de Adviento (3 de diciembre de 2006) y la Epifanía de 2008, tiempo propicio para revivir el parto de aquella primera comunidad femenina y en cierto modo resaltar la precedencia teológica de la contemplación en la vida predicadora. El jubileo gira en torno a los monasterios de monjas contemplativas dominicas, y es el primero en la novena de años que la Orden comenzó a vivir para recordar otro importante octocen-tenario: el de su propia confirmación mediante la bula papal de Honorio III Religiosam vitam del 22 de diciembre de 1216.

Picado por tanta noticia, el padre Manuel Uña, que en octubre de 2006 festejó junto con sus Hermanos Predicadores y la Arquidiócesis habanera, el 80 cumpleaños del nacimiento del Convento de San Juan de Letrán en el Vedado, corrió a mediar para que recordáramos los 800 años del viaje de sus hermanas contemplativas por el mundo, visitáramos la casa de las dominicas capitalinas, y repasáramos la fundación y periplo por nuestra ciudad de otra semilla oculta, la del habanero Monasterio de Santa Catalina de Siena. Con lo que el lector leyó hasta aquí, cumplo lo primero. Con sor Ofelia de San José y sor Mercedes Yolanda del Niño Jesús Perdido y Hallado en el Templo, voy a lo segundo.

ARÉCHAGAS Y ARRESTADAS
Esta casa donde estamos –avanzó con voz baja la Priora sor Ofelia de San José al referirse al Monasterio de Santa Catalina de Siena del Nuevo Vedado– era de la Congregación del Santísimo Redentor. Los Redentoristas debieron marcharse o fueron extinguiéndose, habría que precisar qué sucedió con ellos.* La casa se quedó vacía y sólo con nuestra llegada salió del abandono. Nosotras procedíamos del sitio donde hoy está la Casa Sacerdotal en el Vedado, manzana que rodeada por 25, A, 23 y Paseo, fue blanco de la construcción del convento de mujeres que sería nuestra sede hasta 1984, cuando nos mudamos para acá.

Antes de la mudanza –la secundó la voz argentada de sor Mercedes Yolanda–, veíamos cómo nuestra familia se reducía a unas pocas monjas, ya ancianas, y dicha sede del Vedado se convertía en un hospital. Total, que permutamos con la Iglesia; allí se instaló la Casa Sacerdotal y nosotras venimos para acá. El Señor Cardenal nos ayudó en el acomodo de la nueva localización, y luego continuamos perfeccionándola con ayudas de diversos orígenes.

Pero antiguamente su monasterio radicó en el ahora municipio de La Habana Vieja.

El primer y único convento cubano de dominicas contemplativas –se “soltó” sor Mercedes Yolanda–, el Monasterio de Santa Catalina de Siena del que venimos hablando, se fundó el 29 de abril de 1688 en los terrenos limitados por las hoy calles de Compostela, Empedrado, Aguacate y O´Reilly: a la sazón algunas de ellas aún no se conocían por esos nombres, ni tampoco la calle de San Juan de Dios partía en dos la propiedad. Allí nació y se amplió el convento, y vivieron y trabajaron las hermanas hasta el 13 de mayo de 1918, cuando se mudaron para el Vedado. Demolido el edificio, en la esquina de O´Reilly y Compostela se alzó el National City Bank of New York (actual Banco Metropolitano). El portal del banco recuerda el pórtico de una capilla. Sostenido por columnas circulares, remite al antes templo conventual, cuyo atrio daba a ese lado sur del monasterio. Una placa de bronce, con un calco en relieve de la iglesia, reaviva el recuerdo. En abril del próximo año 2008, ya en La Habana Vieja, ya en el Vedado, ya en el Nuevo Vedado, las dominicas cumpliremos 320 años de vida en la ciudad y en Cuba.

La idea de fundar el monasterio, ¿llegó de fuera o nació aquí?

Nació aquí, fruto del fervor de las hermanas Teresa, Francisca y Ana. Las jóvenes, de apellidos de Aréchaga y Casas, eran de una familia acomodada. Su papá, el vasco Juan de Aréchaga, quizás llegó a La Habana como oficial, pero toda vez dedicado al negocio de almacenes de víveres, logró el título de Tesorero Real de la Isla. De su unión con la cubana Manuela Casas nacieron 11 hijos, si bien sólo quedaron siete: dos varones y cinco hembras. Dos de estas se casaron; las otras fueron las que tomaron el hábito, mas debieron esperar a que murieran sus padres para hacer la solicitud; para entonces la mayor tendría 35 años, y las otras veintitantos; cuando ingresaron en el monasterio tendrían nueve años más.

TRIBUTO DE DAMAS POBRES
En el Diccionario de la Literatura Cubana hay un Juan de Aréchaga y Casas (1637-1695).

Es el primogénito de la familia, hermano mayor de las tres fundadoras, personaje célebre del siglo xvii cubano. Su nombre figura en las enciclopedias Espasa y UTEHA. Cursó las primeras letras en La Habana, pero a los 13 años pasó a España. En la Universidad de Salamanca se recibió de bachiller en artes, se doctoró en leyes, y luego de trabajar en varias de sus cátedras, obtuvo por oposición la más antigua de ellas. Rondando los 34 fue enviado a América; llegó a ser gobernador de Yucatán, oidor de la Audiencia de México, consultor del Tribunal de la Inquisición de Nueva España y juez conservador del estado de Hernán Cortés. Los cargos que desempeñó favorecerían las miras de sus hermanas. Considerado como el primer cubano que publicó un libro en cualquier lengua (en específico lo publicó en latín), hizo un donativo para la creación del monasterio.

¿De qué fecha data la solicitud en que las hermanas pidieron permiso para la fundación?

De 1679. En carta dirigida al rey de España las hermanas confesaron que siempre habían vivido con celo de consagrarse a Dios con votos de religión y de clausura, y que como en La Habana sólo existía el monasterio de Santa Clara (1644), y en él no había cupo para nuevas profesas, ellas querían fundar, en casas y terrenos de su hacienda, un monasterio de la Orden de Santo Domingo, conforme a las Constituciones habidas para las dominicas contemplativas, bajo la protección de Santa Catalina de Siena.

¿De qué fecha data la respuesta del soberano?

Las cartas demoraban. La Monarquía estaba envuelta en varias guerras, determinadas por el expansionismo del vecino Luis XIV, rey de Francia. La Real Cédula por la que el rey dio facultad a las hermanas para fundar el convento, que sólo podría contar con 15 religiosas de coro, fue fechada en Madrid el 2 de agosto de 1684. Meses después (20 de abril de 1686), el llamado Gobernador de lo Político de la Ciudad (de La Habana), autorizó a las hermanas, en documento público, a que hicieran uso de la licencia real. Ya construido el edificio, estas debieron dirigirse al Sumo Pontífice. Sólo el Papa podía autorizarle al prelado español Diego Evelino de Compostela, obispo de la entonces única diócesis cubana, llamada de Santiago de Cuba, que sacase a varias religiosas del Monasterio de Santa Clara y las ubicase temporalmente en el nuevo convento de Santa Catalina de Siena: hasta que en éste se observara la disciplina regular según las reglas de la Orden de Santo Domingo.

SOCORRO PERPETUO
La Santa Sede daría su anuencia.

Sí, mediante escrito de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares firmado en Roma en marzo de 1687. Diego Evelino de Compostela, el Obispo Santo, eligió a las clarisas que participarían de la fundación del convento de Santa Catalina de Siena –sor María de la Asunción, Catalina de San Buenaventura, y Clara de Jesús– y resolvió que se trasladaran a la nueva casa el 29 de abril de 1688. El propio obispo nombró por Priora del monasterio naciente a sor María de la Asunción y le dio licencia para que admitiera y diera hábitos para religiosas de velo negro a Teresa, Francisca y Ana, de apellidos de Aréchaga y Casas.

A partir de ese momento decidirían llamarse con otros nombres.

Se cambiaron a sor María Teresa de Jesús Nazareno, sor María de la Asunción, y sor María de la Purificación, respectivamente, y desde entonces se considerarían fundadoras de la casa: en reconocimiento por haber aplicado para su institución todos sus bienes y herencias, y porque de ellas fue la iniciativa. Cuando en 1696 las clarisas cumplieron su cometido y regresaron a su Monasterio de Santa Clara –regresaron dos, Clara de Jesús falleció antes–, la hermana Teresa de Aréchaga y Casas, ahora sor María Teresa de Jesús Nazareno, se convirtió en la primera priora del ya establecido Monasterio de Santa Catalina de Siena.

¿Qué fue de los hermanos varones Juan y Vicente de Aréchaga y Casas?

Se sabe que en 1689 renunciaron, a favor del dicho Monasterio de Santa Catalina, a todos los derechos que, como legítimos herederos de sus padres Juan de Aréchaga y Manuela Casas, les concedían las leyes vigentes. El acto de renuncia lo realizaron, ante escribano público, junto a las tres hermanas fundadoras, en la puerta reglar del convento.
230 años permanecieron las dominicas en el casco urbano considerado hoy histórico.

El entorno se tornó ruidoso y poco íntimo, así que hipotecaron el convento y compraron otra localización. El edificio del Vedado comenzó a construirse en 1914; la construcción avanzó con lentitud, y aunque las Madres dominicas se trasladaron para la nueva casa en 1918, las obras sólo se dieron por terminadas el 29 de agosto de 1920, con la bendición de la nueva iglesia de Santa Catalina de Siena anexa al monasterio. Fotos del antiguo convento, el de La Habana Vieja, y de varios aspectos de su demolición, aparecen en el número 124-125 correspondiente a los meses de noviembre y diciembre de 1943 de la revista Arquitectura, órgano mensual, oficial, del Colegio Nacional de Arquitectos.

Aquí o allá, la protectora de las dominicas cubanas siempre fue Santa Catalina de Siena.

Cuando decimos que la comunidad se trasladó, significa que lo hizo en toda su esencia, íntegra, indivisible, fiel a su identidad; al fin y al cabo lo más importante no es la casa, sino el espíritu, la asamblea que la llena, las piedras vivas. En el Nuevo Vedado el monasterio sigue llamándose de Santa Catalina de Siena, aunque de presente el templo anexo sea el del Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

El JUSTO JOSÉ
Catalina de Siena fue una muchacha singular.

Como muchas de su época (1347-1380), ella nunca había ido a la escuela ni leído ningún libro. Pero el Espíritu le concedió sabiduría; por la calle que llevaba a su casa empezaron a desfilar personas de toda índole con el fin de consultarla: el Señor le otorgó el don de consejo, la gracia de darle juicios oportunos a los necesitados. Un año antes de morir, a través de varios amanuenses, dictaba cientos de cartas, notables por la belleza de su estilo, ejemplo de lo que el Creador hace con sus criaturas. El hombre se la pasa subestimándose, “no puedo, no estoy capacitado”. Si Catalina, joven analfabeta, hija menor en un hogar de 25 bocas, de padre tintorero, recibió aquel don, ¿qué cosa no haría el Padre con nosotros? Una de las razones por las que Catalina no fue monja de clausura, fue porque venía de una familia pobre y no podía entregar la dote...

Usted, sor Mercedes Yolanda, ¿aportó alguna dote cuando tomó el estado religioso?

Cuando me decidí, en 1956, la Superiora me dijo: “Debes traer 200 pesos”. Y yo: “Madre, no tengo esa suma, pero puedo trabajar un año más, dando clases particulares, y reunirla”. Ella tuvo miedo de que yo desistiera: “Hagamos una salvedad”. Por fin tomé el hábito en 1957: dejé de ser Mercedes Yolanda Iturria Betancourt y me convertí en sor Mercedes Yolanda del Niño Jesús Perdido y Hallado en el Templo entre los Doctores de la Ley...

Se echó a reír: intuía que, a pesar de la evidencia, ni siquiera el laico más comprometido terminaría de creerse un nombre tan largo.

Por cierto –se puso seria–, aquí conservamos un cuadro que recrea esa primera iniciativa del joven Jesús (Lc 2, 46-47). Pintado por un autor mexicano desconocido, se cree que perteneció a Juan de Aréchaga hijo, hermano mayor de las fundadoras. En su testamento, que también lo guardamos nosotras, Juan, a la hora de cederle su patrimonio al monasterio, menciona “los bronces”, las pinturas hechas sobre bronces, y entre ellas sobresale ésta.
¿Y usted –me dirijo a sor Ofelia de San José, que luego de decir un primer bocadillo había permanecido callada, entrando y saliendo de las piezas contiguas, reclamada por sus exigencias de Priora– cuándo ingresó en la Orden?

Aunque para gloria de Dios yo sea la Superiora –volvió con su voz de ruego–, soy menor en edad que la Madre Mercedes Yolanda: ingresé en el Monasterio de Santa Inés de Puebla, en México, en 1984, por la época en que el Monasterio de Santa Catalina de Siena de La Habana se mudaba al Nuevo Vedado. Ya en ese período comenzaban a escasear en todo el mundo las almas deseosas de escoger la vida devota como única dedicación. Las hermanas de Puebla invocaron a San José, prometiéndole que si llegaban vocaciones las profesas recibirían su nombre. Llegamos 15: ¡todas fuimos, y somos, de San José!


CLAUSURA HABANERA
De un lado, sor Mercedes Yolanda del Niño Jesús Perdido y Hallado en el Templo, oriunda del Monasterio de Santa Catalina de Siena de La Habana, nacida en 1936, contemplativa dominica desde 1957; y del otro, Sor Ofelia de San José, originaria del Monasterio de Santa Inés de Puebla, venida al mundo en 1968 y profesa desde 1984. ¡Por misterio divino, personas de procedencias e historias tan distintas coinciden en un punto!

¡Bendito sea el Señor, bendita sea Su voluntad! –exaltó a Dios sor Ofelia–; nosotras somos siete, pero de tres diferentes países: dos colombianas, sor María Lucero de Santo Domingo y sor María del Pilar; dos cubanas, la Madre Mercedes Yolanda y sor Zoila María de la Santísima Trinidad; y tres mexicanas, sor María Emma Elena, sor Luisa Torres y yo, una servidora.

Como los pasajes de la vida de Jesús –agregó sor Mercedes Yolanda–, es un misterio que durante mi estancia en el extranjero, yo también viviera en un monasterio dedicado a Santa Inés en la ciudad colombiana de Bogotá. Mi separación de Cuba iba a ser temporal, por seis meses, para cumplir mi formación, y por causas ajenas a mi voluntad se extendió desde 1961 a 1980. Fue un tiempo duro y a la vez útil para mí: la Superiora era una santa; los padres dominicos, solícitos; y el monasterio, recogido, observante, de buen espíritu, cerrado a las intromisiones exteriores; hoy las cosas van cambiando, y detrás de las necesidades y nuevas circunstancias, el mundo se cuela por las rendijas de los monasterios.

Pues yo veo la ruta de la Madre Yolanda –quiso acotar sor Ofelia–, y siento que el Señor la reservó para la llegada de los años 80, uno de los tiempos críticos del Monasterio de Santa Catalina de Siena de La Habana. En ese instante, con el convento prácticamente reducido a un hospital, la Madre pudo decir, “¡Jesucristo, yo estoy aquí!”, y en efecto la comunidad no murió, sus puertas nunca llegaron a cerrarse definitivamente.

En el convento hay una sola Priora, pero cada una de ustedes dos al dirigirse a la otra la trata de Madre.

Le digo Madre a ella –explicó sor Ofelia– por las muchas responsabilidades que cumplió aquí, y porque es mayor en edad y le tengo respeto; a las otras hermanas las trato de sor.

Y a su vez las hermanas –abundó sor Mercedes Yolanda–, aunque en la actualidad a la priora ya se le suele llamar sor, seguimos con la vieja costumbre de decirle Madre.

En lo tocante a la clausura, en la hoy Arquidiócesis de La Habana son muy conocidas las monjas del Monasterio de Carmelitas Descalzas.

Hay dos monasterios de clausura en La Habana –tomó de nuevo la batuta sor Mercedes Yolanda–, el de Carmelitas Descalzas (1702) y este de Santa Catalina de Siena (1688): las clarisas, monjas del Monasterio de Santa Clara (1644), el primero en orden de antigüedad de los tres que existieron, ¡ya vimos cómo contribuyeron con nuestra fundación!, debieron dejar la ciudad en 1961 por circunstancias que no es menester tratar aquí. A pesar de varios intentos, no han logrado restablecerse.

AMANECE DIOS
Nosotras también somos monjas de clausura: estamos obligadas a no salir del convento y a prohibirles la entrada en él a las personas ajenas. Sin embargo, la clausura no es un fin, sino un medio para vivir nuestra vida contemplativa. Si, por ejemplo, para conversar con ustedes y hacer como Dios manda este trabajo, es mejor abrir la reja, entonces el medio cede y se abre la reja. Pasaron los años en que si una sacaba un brazo o la cabeza, quedaba excomulgada. De las nuevas Constituciones y textos del Concilio Vaticano II (1962-1965) se infiere que podemos salir del convento para resolver necesidades vitales de la comunidad: eso está considerado en los permisos generales.

¿Qué debo entender por “vida contemplativa dominica”?

Todo el día estamos borrando lo que nos puede apartar de Dios, de modo que al llegar a la oración, a menos que ocurriera una interrupción, ya deberíamos estar en su presencia y no tendríamos que comenzar por silenciarnos. Así es como debería de ser. Se comprende que a veces hay más aridez y es preciso volver a buscar el sosiego. A no ser que decida otra cosa, Dios no se manifiesta con estruendos y ruidos, sino en el silencio. Nosotras no tenemos un método de oración fijo: la gran fórmula es la libertad.

Santo Domingo de Guzmán propuso reglas sencillas.

Él suponía que viviendo en contemplación a lo largo del día, el alma ya estuviese purificada para el abrazo con Dios. Siempre que el alma esté preparada para el encuentro, Él se dejará encontrar. Si estamos siempre buscándolo, al final Él se hará notar, aún sutilmente. Así que el silencio tiene para nosotras un valor especial, es una observancia. En el monasterio debe de reinar un ambiente de silencio; durante el día se ha de hablar en voz baja, con brevedad. La otra observancia en nosotras es el estudio, tanto de la Palabra de Dios y la liturgia, como de los oficios que podríamos desempeñar: cocina, costura, música, computación...

¿A usted le preocupa algo? –sorprendí embelesada a sor Ofelia de San José.

¡Nooo! –salió del éxtasis–. Estaba absorta, oyendo a la Madre, y de pronto mi mente, flotando sobre las palabras de ella, se fue detrás de la contemplación. Siempre me digo cuando dejo la cama: “Desde que Dios amanece, empieza la contemplación”. Y así se prolonga en cada momento: podré estar en mis quehaceres, ¡pero unida a Dios!

L´UNION FAIT LA FORCE
Las dominicas no tendrán un método de oración invariable, ¿y un horario?

Observamos las horas canónicas, las diferentes partes del oficio divino o rezos fijados para los distintos momentos del día, laudes, vísperas y completas –retomó la palabra sor Mercedes Yolanda y no lo dejó más–, y también las horas menores, las intermedias de las canónicas, tercia, sexta, nona. Tenemos dos horas diarias expresamente para orar, en silencio, una en la mañana y otra en la tarde. Ahí podemos hacer oración de petición, de alabanza, de intercesión o de otro tipo, según fluya el Espíritu. Asimismo, después del Evangelio, de la Eucaristía y de la Comunión, entendidas como partes de la misa, y al final de la celebración, solemos tener, salvo raras excepciones, hasta 10 minutos de meditación, adoración, o acción de gracias, siempre en silencio.

Dijimos que el monasterio del Nuevo Vedado sigue llamándose de Santa Catalina de Siena, pero el templo anexo es el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

En el Vedado contábamos con una gran iglesia, la pública de Santa Catalina de Siena, que ahora es Parroquia, y al mudarnos al Nuevo Vedado teníamos derecho a un templo, aun cuando el cambio fuese de grande por chiquito, exponente de nuestro amor preferencial por la Iglesia de Jesucristo y Su Sacerdocio en Cuba. Mas está visto que tener una capilla pública no es ventajoso para la clausura: siempre hay problemas “allá” que no deberían de incidir “acá”. Y es que en cierto sentido atendemos el templo, lo arreglamos, lo abrimos, anotamos los nombres para las misas de difuntos, invitamos a la gente a la sala del convento, la iglesia no es lugar para hablar, escuchamos sus problemas, le damos consejos.

Podrían describir cómo es el hábito, la vestidura de las dominicas.

Túnica blanca, lisa, sin pliegues ni adornos; cinto negro, con el rosario pendiente del cinto; escapulario blanco, sobre el hábito; y velo negro: así dice en las Constituciones. En los países fríos conservan la toca, prenda que reviste las otras. Cuando yo era joven las tocas eran de hilo, de fibras de lino, soportables en medio del calor, pero ahora todo es poliéster y fibras sintéticas, y a los países calientes nos dieron opciones.

¿Pertenece el monasterio a alguna coordinación internacional?

Desde el momento crítico de los años 80, después de la mudanza al Nuevo Vedado, nos integramos a la Federación de Monjas Dominicas Contemplativas de Santa María de Guadalupe, que hoy agrupa a los conventos de México, Nicaragua y Cuba; eso explica la presencia de sor Ofelia de San José y de sor María Emma Elena entre nosotras. Los monasterios son autónomos, las decisiones se toman en comunidad, pero ya los documentos del Concilio Vaticano II recomendaban nuestra unión a fin de afrontar el diálogo con el mundo moderno. Se ha construido un monasterio en Izcalli, México, para que albergue nuestro Consejo Federal y la Casa de Formación.

SANCTA MARIA, MATER DEI
¿Descuellan ustedes por algún trabajo?, ¿de qué viven?

Hacemos labores para el altar, albas, hábitos y otras costuras, pero a la gente le sale mejor traerlas de afuera, más si se las regalan, y a nosotras casi nos sale más cara la tela que la hechura. Cuando un sacerdote necesita, se hace; pero no es una ganancia, ni descollamos por ellas: son pocos los pedidos. A veces se confunden de precio y se llevan más de lo pagado (se ríen de sus penas); somos malas negociantes, la Providencia nos sostiene. Una de las cosas que estamos realizando son los rosarios; les costarían 20 pesos a quienes los tuviesen, pero de nuevo nuestros clientes potenciales tienen los bolsillos muy flojos...

El rosario sigue siendo su prenda por excelencia.

Lo rezamos completo en el día, junto con las horas del oficio; el rosario ayuda a sosegarse y centrarse en Dios, porque si vamos a ver, todo provoca distraimiento; si una está bordando, pensará en los colores que matizarán la labor, y si está cocinando, mirará qué condimentos usará para sazonar la comida; pero eso no quita que en lo afectivo una permanezca unida al Señor y hasta le pida ayuda: “¡Permite que esto no se me queme!” (Vuelven a reírse.) Risas aparte, sabemos que el rosario, rezo católico que conmemora los principales misterios de la vida de Jesús y María, se propagó y, por qué no, se popularizó, con nuestra Orden. Casi todas las colecciones de pintura religiosa, atesoran autores o cuadros que reflejan el momento en que, según la tradición, la Santísima Virgen le entrega la sarta de cuentas a Santo Domingo, nuestro Padre fundador; nosotras aquí también guardamos uno. Las dominicas y dominicos veneramos a María como Madre de Jesús y de la Iglesia, pero también como Patrona de la Orden de Predicadores.
La Orden cuenta con una rica tradición: eso es algo impactante.

Santo Domingo veía a la Santísima Madre, al anochecer, en compañía de otras dos santas, pasando por los dormitorios, bendiciendo a los frailes. En recuerdo del gesto, después de completas, en la Salve Regina, rociamos con agua bendita a las hermanas. “Ave María, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in muliéribus, et benedictus fructus ventris tui Iesus”, decimos en latín la primera parte de esta oración principal. Y quienquiera que se cruce en el camino responderá, en el mismo idioma, con la segunda estrofa: “Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis eccatoribus, nunc et in ora mortis nostrae. Amen”. Después de esto, ¿se puede permanecer indiferente? Demos gracias al Señor y a la Virgen: entre los 800 años de la Santa Predicación mundial, cuentan, con amor y humildad, los 319 de nuestro Monasterio de Santa Catalina de Siena, ahora en la calle 41 del Nuevo Vedado. Sepan los lectores de Palabra Nueva que, para gloria de Dios, ¡Jesús está aquí!

* La Congregación del Santísimo Redentor fue fundada en Roma, en 1732, por San Alfonso María Ligorio. Llegó a Cuba en 1926. Reingresó en mayo de 2001. Radica en la Isla de la Juventud. (Nota del redactor.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

NO MAS DISCRIMINACIÓN:

www.nodiscriminacion.tk

Fray Léster dijo...

Desde luego, se puede no creer en Dios, incluso se puede ser ateo, lo que no se pude es ir por el mundo publicando cosas tan poco serias como que no crees en Dios porque no puedes demostrar su existencia. O que me mandaron al vestidor porque no rezaba antes de jugar basket, en fin, que de todo hay...

O Lumen

¿Por qué?